Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

David magnifico ejemplo...


Pocas personas experimentan en su vida cambios tan drásticos como los que experimentó David, hijo de Jesé. De repente, pasó del anonimato de un joven pastor a la fama de un héroe nacional. Más adelante fue un fugitivo perseguido como un animal por un monarca celoso, y después se convirtió en rey y conquistador. Sufrió las dolorosas consecuencias de pecar gravemente: el azote de la tragedia y la división en su familia. Adquirió riquezas y conoció los achaques de la vejez. Pero a pesar de estos numerosos cambios, durante toda su vida confió y se apoyó en Jehová y Su espíritu. Hizo lo sumo posible por presentarse “aprobado a Dios”, y Él lo bendijo (2 Timoteo 2:15). Aunque nuestras circunstancias sean distintas, será aleccionador ver qué hizo David en dichas situaciones. Su ejemplo nos permitirá entender cómo podemos contar con la ayuda constante del espíritu de Dios al afrontar diversos cambios en la vida.

David, magnífico ejemplo de humildad

De muchacho, David no era prominente, ni siquiera en su propia familia. Cuando el profeta Samuel fue a Belén, Jesé le presentó a siete de sus ocho hijos, pero a David, el menor de ellos, lo dejó en el campo cuidando las ovejas. Sin embargo, Jehová lo había escogido para ser el futuro rey de Israel, así que lo mandaron llamar. El relato bíblico dice así: “Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu de Jehová empezó a entrar en operación sobre David desde aquel día en adelante” (1 Samuel 16:12, 13). David confió en ese espíritu durante toda su vida.

El joven pastor no tardó en hacerse famoso en toda la nación. Se le llamó para atender al rey e interpretar música para él. Dio muerte al guerrero Goliat, un gigante tan temible que ni siquiera los soldados más aguerridos de Israel se atrevían a enfrentarse con él. Puesto al mando de los hombres de guerra, David luchó con éxito contra los filisteos. El pueblo lo amaba y componía canciones en su honor. Con anterioridad, un consejero del rey Saúl había dicho que el joven era “diestro en tocar [el arpa]”, pero también “hombre valiente y poderoso y hombre de guerra y persona que habla con inteligencia y hombre bien formado” (1 Samuel 16:18; 17:23, 24, 45-51; 18:5-7).

Fama, buena apariencia, juventud, elocuencia, destreza para la música, aptitudes militares, el favor divino... David parecía tenerlo todo. Cualquiera de estas características pudo haberlo hecho arrogante, pero no fue así. Notemos la humildad sincera con que respondió al rey Saúl cuando este le ofreció a su hija en matrimonio: “¿Quién soy yo y quiénes son mis parientes, la familia de mi padre, en Israel, para que yo llegue a ser yerno del rey?” (1 Samuel 18:18). Un biblista escribió sobre este versículo: “David quiso decir que ni su valía personal ni su posición social ni su linaje lo hacían acreedor a la menor aspiración de convertirse en el yerno del rey”.

La humildad de David se basaba en el reconocimiento de que Jehová es inmensamente superior en todo sentido a los seres humanos imperfectos. De hecho, se maravillaba de que Dios siquiera se fijara en los seres humanos (Salmo 144:3). También sabía que toda la grandeza que él pudiera poseer se debía tan solo a la humildad de Jehová, a que Él se rebajaba a sostenerlo, protegerlo y cuidarlo (Salmo 18:35). ¡Qué hermosa lección! Nuestras habilidades, logros y privilegios jamás deben hacernos altivos. “En realidad, ¿qué tienes tú que no hayas recibido? —escribió el apóstol Pablo—. Entonces, si verdaderamente lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7.) Si queremos tener el espíritu santo y la aprobación de Dios, debemos cultivar la humildad y no perderla (Santiago 4:6).

“No se venguen”

Aunque la fama no volvió orgulloso a David, sí provocó la envidia asesina del rey Saúl, a quien el espíritu de Dios había abandonado. Pese a ser inocente, David tuvo que huir para vivir en el desierto. Saúl lo perseguía sin tregua, y en cierta ocasión entró en una cueva sin saber que David y sus compañeros se habían escondido en ella. Los hombres instaron a David a aprovechar la oportunidad que Dios parecía darle de acabar con su perseguidor. Podemos imaginarlos en la oscuridad, susurrándole: “Aquí está el día en que Jehová de veras te dice: ‘¡Mira! Estoy dando a tu enemigo en tu mano, y tienes que hacerle tal como parezca bien a tus ojos’” (1 Samuel 24:2-6).

David se negó a hacer daño a Saúl. En una demostración de fe y paciencia, se conformó con dejar el asunto en las manos de Jehová. Cuando el rey hubo salido de la cueva, David lo llamó y le dijo: “Juzgue Jehová entre yo y tú; y Jehová tiene que vengarme de ti, pero mi propia mano no vendrá a estar sobre ti” (1 Samuel 24:12). Aunque veía la maldad de Saúl, él no se vengó ni lo insultó ni lo criticó. Y hubo otras muchas ocasiones en que, en vez de tomarse la justicia por su mano, confió en que Jehová enderezaría la situación (1 Samuel 25:32-34; 26:10, 11).

Al igual que David, puede que nosotros nos hallemos en circunstancias difíciles. Quizá suframos la oposición de compañeros de escuela, compañeros de trabajo, familiares u otras personas que no comparten nuestra fe. Si así es, no tomemos represalias, sino esperemos en Jehová y pidámosle la ayuda de su espíritu santo. Es probable que nuestra buena conducta impresione a los opositores y se hagan creyentes (1 Pedro 3:1). Pero, en cualquier caso, podemos estar seguros de que Jehová ve la situación e intervendrá cuando lo estime oportuno. Como escribió el apóstol Pablo: “No se venguen, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’” (Romanos 12:19).

“Escuchen la disciplina”

Con el paso de los años, David se convirtió en un rey de inmensa prominencia y muy querido. Al observar su fidelidad sobresaliente y los bellos salmos que compuso para alabar a Jehová, fácilmente podría dar la impresión de que era un hombre que jamás cometería un pecado grave. Y, sin embargo, lo cometió. Cierto día contempló desde su azotea a una mujer hermosa que se estaba bañando. Al preguntar sobre ella, se enteró de que se llamaba Bat-seba. También averiguó que su esposo, Urías, estaba en el frente de batalla, así que mandó llamar a la mujer y tuvo relaciones con ella. Más tarde le informaron que estaba embarazada. ¡Qué escándalo se produciría si aquello llegaba a saberse! La Ley mosaica castigaba el adulterio con la muerte. Es evidente que el rey pensó que podría encubrir el pecado, así que mandó que Urías regresara a Jerusalén, con la intención de que pasara la noche con Bat-seba. Pero su plan falló, de modo que, desesperado, lo devolvió al frente con una carta dirigida a Joab, su comandante en jefe, en la que le ordenaba enviar a Urías a una muerte segura. Joab obedeció, y aquel hombre inocente cayó en combate. Una vez que Bat-seba guardó el período de luto acostumbrado, David la tomó por esposa (2 Samuel 11:1-27).

El ardid pareció funcionar, pese a que David debió de saber que todo lo ocurrido estaba abiertamente expuesto ante Jehová (Hebreos 4:13). Pasaron los meses, y el niño nació. Más adelante, el profeta Natán fue a ver a David siguiendo la guía divina y le describió una situación en la que un rico que poseía muchas ovejas se apoderó de la única y querida oveja de un hombre de escasos recursos y la sacrificó. El relato agitó el sentido de la justicia del rey, pero sin hacerle sospechar nada sobre su significado oculto. David se apresuró a condenar al hombre rico. Enfurecido, le dijo a Natán: “[¡]El hombre que hizo esto merece morir!” (2 Samuel 12:1-6).

“¡Tú mismo eres el hombre!”, repuso el profeta. David había dictado el fallo contra sí mismo. Sin duda, su indignación se tornó enseguida en profunda vergüenza y dolor. Aturdido, escuchó de labios de Natán la ineludible sentencia divina. No hubo palabras de consuelo. Con su mal proceder, David había despreciado la palabra de Jehová. ¿Acaso no había matado a Urías con la espada del enemigo? Pues una espada no se apartaría de su casa. ¿No había tomado en secreto a la esposa de Urías? Pues él sufriría una crueldad parecida, pero no en secreto, sino públicamente (2 Samuel 12:7-12).

Hay que decir en favor de David que ni negó sus faltas ni arremetió contra el profeta Natán. Tampoco echó la culpa a otros ni buscó pretextos. Enfrentado con sus pecados, admitió su responsabilidad diciendo: “He pecado contra Jehová” (2 Samuel 12:13). El Salmo 51 refleja su angustia y profundo arrepentimiento. En él suplicó a Jehová: “No me arrojes de delante de tu rostro; y tu espíritu santo, oh, no me lo quites”. Confiaba en que Jehová, en su gran misericordia, no despreciaría “un corazón quebrantado y aplastado” por el pecado (Salmo 51:11, 17). David siguió apoyándose en el espíritu de Dios. Jehová no lo libró de las amargas consecuencias de sus actos, pero sí lo perdonó.

Todos somos imperfectos, y todos pecamos (Romanos 3:23). Hasta pudiéramos cometer algún pecado grave, como le ocurrió a David. Al igual que un padre amoroso disciplina a sus hijos, Jehová corrige a quienes se esfuerzan por servirle. Ahora bien, aunque la disciplina es provechosa, recibirla no resulta agradable. De hecho, a veces es “penosa” (Hebreos 12:6, 11). Pero si ‘escuchamos la disciplina’, podemos reconciliarnos con Jehová (Proverbios 8:33). Para disfrutar de la continua bendición de Su espíritu, debemos aceptar la corrección y esforzarnos por contar con la aprobación divina.

No confiemos en las riquezas inseguras

No hay indicación de que David procediera de una clase social alta ni de una familia próspera, pero durante su reinado amasó una inmensa fortuna. Como sabemos, muchas personas atesoran riquezas, luchan con avidez por incrementarlas o las gastan de un modo egoísta, mientras que otras emplean su dinero en glorificarse a sí mismas (Mateo 6:2). David no hizo nada de eso, pues ansiaba dar honra a Dios. Le expresó a Natán el deseo de construirle un templo a Jehová para albergar el arca del pacto, que en aquel momento estaba en Jerusalén “mora[ndo] en medio de telas de tienda”. A Jehová le agradaron las intenciones de David, pero mediante Natán le comunicó que sería su hijo Salomón quien edificaría el templo (2 Samuel 7:1, 2, 12, 13).

David reunió muchos materiales para esta gran construcción. A Salomón le dijo: “He preparado para la casa de Jehová cien mil talentos de oro y un millón de talentos de plata, y en cuanto al cobre y el hierro, no hay manera de pesarlos por haber llegado a estar en tan grande cantidad; y maderas y piedras he preparado, pero a estas harás añadiduras”. De su fortuna personal, contribuyó 3.000 talentos de oro y 7.000 talentos de plata (1 Crónicas 22:14; 29:3, 4). Su generosa ofrenda no fue una exhibición ostentosa, sino una demostración de fe y devoción a Jehová Dios. Reconociéndolo como la Fuente de su riqueza, le dirigió estas palabras: “Todo proviene de ti, y de tu propia mano te hemos dado” (1 Crónicas 29:14). Su corazón generoso lo impulsó a hacer todo lo posible por fomentar la adoración pura.

Al igual que él, empleemos nuestras posesiones con un propósito noble. En vez de seguir un estilo de vida materialista, es mejor buscar la aprobación de Dios, pues ese es el camino de la sabiduría y la felicidad verdaderas. Pablo escribió: “A los que son ricos en el presente sistema de cosas da órdenes de que no sean altaneros, y de que cifren su esperanza, no en las riquezas inseguras, sino en Dios, que nos proporciona todas las cosas ricamente para que disfrutemos de ellas; que trabajen en lo bueno, que sean ricos en obras excelentes, que sean liberales, listos para compartir, atesorando para sí con seguridad un fundamento excelente para el futuro, para que logren asirse firmemente de la vida que realmente lo es” (1 Timoteo 6:17-19). Sin importar cuál sea nuestra situación económica, confiemos en el espíritu de Dios y vivamos de tal modo que nos hagamos “rico[s] para con Dios” (Lucas 12:21). Nada hay más valioso que contar con la aprobación de nuestro amoroso Padre celestial.

Presentémonos aprobados a Dios

David buscó la aprobación de Jehová toda su vida. En una de sus canciones clamó: “Muéstrame favor, oh Dios, muéstrame favor, porque en ti mi alma se ha refugiado” (Salmo 57:1). Su confianza en Jehová no se vio defraudada, pues envejeció y quedó “satisfecho de días” (1 Crónicas 23:1). Aunque cometió errores graves, se le recuerda entre los numerosos testigos de Dios que sobresalieron por su fe (Hebreos 11:32).

Cuando nos sobrevengan cambios en la vida, recordemos que Jehová puede sostenernos, fortalecernos y corregirnos, tal como hizo con David. El apóstol Pablo también afrontó muchos cambios, pero permaneció fiel confiando en el espíritu de Dios. Él mismo escribió: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder” (Filipenses 4:12, 13). Cuando nos apoyamos en Jehová, él nos ayuda a tener éxito. Él desea que lo tengamos. Si lo escuchamos y nos acercamos a él, nos dará las fuerzas necesarias para hacer su voluntad. Y si no dejamos de confiar en el espíritu santo, lograremos ‘presentarnos aprobados a Dios’, tanto ahora como por toda la eternidad (2 Timoteo 2:15).

Fuente de la información: *** w04 1/4 págs. 14-19 párrs. 2-19 Confiemos en el espíritu de Dios frente a los cambios de la vida ***

Parte 1-3



Parte 2-3



Parte 3-3



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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?