Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

No hay paz para los mensajeros falsos


“Los malhechores mismos serán cortados [...]. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz.” (SALMO 37:9, 11.)

MENSAJEROS: ¿verdaderos, o falsos? En los tiempos bíblicos existían ambas clases. Pero ¿qué se puede decir de nuestro día? En Daniel 12:9, 10 leemos que un mensajero celestial dijo al profeta de Dios: “Las palabras quedan secretas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos se limpiarán y se emblanquecerán y serán refinados. Y los inicuos ciertamente actuarán inicuamente, y absolutamente ningún inicuo entenderá; pero los que tengan perspicacia entenderán”. Ahora vivimos en ese “tiempo del fin”. ¿Vemos una clara diferencia entre “los inicuos” y ‘los que tienen perspicacia’? Claro que sí.

En el capítulo 57 de Isaías, versículos 20 y 21, leemos las palabras de este mensajero de Dios: “‘Los inicuos son como el mar que está siendo agitado, cuando no puede calmarse, cuyas aguas siguen arrojando alga marina y fango. No hay paz —ha dicho mi Dios— para los inicuos’”. Con cuánto acierto describen estas palabras el mundo actual. ¿Qué nos anuncian los mensajeros que tienen perspicacia?

El apóstol Juan, a quien Dios dio perspicacia, dijo en 1 Juan 5:19: “Sabemos que nosotros nos originamos de Dios, pero el mundo entero yace en el poder del inicuo”. En contraposición a este mundo están los 144.000 israelitas espirituales, de los cuales permanece con nosotros un resto de edad avanzada. A ellos se une en la actualidad “una gran muchedumbre [...] de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” —hoy día supera los cinco millones de personas— que, asimismo, tiene perspicacia. “Estos son los que salen de la gran tribulación.” ¿Y por qué se les recompensa? Porque también “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” al ejercer fe en el rescate de Jesús. En calidad de mensajeros de la luz, también “están rindiendo servicio sagrado [a Dios] día y noche”. (Revelación 7:4, 9, 14, 15.)

Los llamados mensajeros de la paz

¿Qué podemos decir, sin embargo, de los llamados mensajeros de la paz de este sistema mundial de Satanás? En Isaías, capítulo 33, versículo 7, leemos: “¡Mira! Sus mismísimos héroes han clamado en la calle; los mismísimos mensajeros de paz llorarán amargamente”. Estas palabras encajan muy bien con los que viajan febrilmente de una capital del mundo a otra tratando de conseguir la paz. ¡Qué labor más fútil! ¿Por qué? Porque atacan los síntomas de los males del mundo en lugar de esforzarse por tratar sus causas. En primer lugar, no creen en la existencia de Satanás, a quien el apóstol Pablo llamó “el dios de este sistema de cosas”. (2 Corintios 4:4.) Satanás ha sembrado semillas de maldad entre la humanidad, con el resultado de que la mayoría, en especial muchos de los gobernantes, ahora cuadran con la descripción de Efesios 4:18, 19: “Mentalmente se hallan en oscuridad, y alejadas de la vida que pertenece a Dios, a causa de la ignorancia que hay en ellas, a causa de la insensibilidad de su corazón. Habiendo llegado a estar más allá de todo sentido moral, se entregaron a la conducta relajada para obrar toda clase de inmundicia con avidez”.

Ninguna organización de seres humanos imperfectos puede desarraigar del corazón del hombre la codicia, el egoísmo y el odio, tan extendidos hoy día. Solo nuestro Creador, el Señor Soberano Jehová, puede hacerlo. Además, los únicos que están dispuestos a someterse a Su guía son los mansos, una minoría de la humanidad. En Salmo 37:9-11 se contrastan las consecuencias para estos y para los inicuos del mundo: “Los malhechores mismos serán cortados, pero los que esperan en Jehová son los que poseerán la tierra. Y solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será [...]. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz”.

¿Es posible, entonces, encontrar a los mensajeros de la paz entre las religiones de este mundo enfermo? Pues bien, ¿cuál ha sido la trayectoria de la religión hasta el presente? La historia indica que la religión ha participado en gran parte del derramamiento de sangre ocurrido a lo largo de los siglos; es más, en muchos casos ha sido la instigadora. Por ejemplo, la publicación Christian Century de la semana del 30 de agosto de 1995, al informar sobre el caos reinante en la antigua Yugoslavia, dijo: “En la Bosnia que controlan los serbios, los sacerdotes se sientan en la primera fila del autodenominado parlamento, y están asimismo en primera línea, donde se bendicen las unidades de combate e incluso las armas antes de las batallas”.

El resultado de un siglo de actividad misionera de la cristiandad en África no ha sido mejor, como quedó bien demostrado en Ruanda, el 80% de cuya población es, según se dice, católica. The New York Times del 7 de julio de 1995 informó: “Golias, una revista católica laica y liberal publicada en Lyón [Francia], se propone identificar a otros veintisiete sacerdotes y a cuatro monjas ruandeses que, según la revista, o bien participaron en las matanzas de Ruanda del pasado año, o bien las incitaron”. African Rights, una organización de los derechos humanos con sede en Londres, hizo este comentario: “Las iglesias deben responder, aún más que por su silencio, por la complicidad activa en el genocidio de algunos de sus sacerdotes, pastores y monjas”. Esta situación se parece a la que reinaba en Israel cuando el verdadero mensajero de Jehová, Jeremías, expuso la “vergüenza” de Israel y de sus gobernantes, sacerdotes y profetas, y añadió: “En tus faldas se han hallado las marcas de sangre de las almas de los inocentes pobres”. (Jeremías 2:26-34.)

Muchas veces se ha llamado a Jeremías profeta catastrofista, pero también podría habérsele llamado el mensajero de la paz enviado por Dios. Hizo referencia a la paz tantas veces como Isaías. Jehová lo utilizó para pronunciar la siguiente sentencia sobre Jerusalén: “Esta ciudad, desde el día que la edificaron, hasta el mismo día de hoy, ha resultado ser solamente causa de cólera en mí y causa de furia en mí, para que yo la quite de delante de mi rostro, por motivo de toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá que ellos han hecho para ofenderme, ellos, sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes y sus profetas, y los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén”. (Jeremías 32:31, 32.) Estas palabras prefiguraron la sentencia que Jehová dictará en nuestros días contra los gobernantes y el clero de la cristiandad. Para que reine la paz verdadera, debe eliminarse a estos instigadores de la maldad y la violencia. No son en modo alguno mensajeros de la paz.

¿Traerá la ONU la paz?

¿No podría la Organización de las Naciones Unidas convertirse en verdadera mensajera de la paz? Al fin y al cabo, el preámbulo de su carta, presentado en junio de 1945, exactamente cuarenta y un días antes de que la bomba atómica arrasara Hiroshima, indicaba que su propósito era “preservar a las generaciones futuras del azote de la guerra”. Los 50 miembros que compondrían las Naciones Unidas habrían de “aunar [sus] fuerzas para asegurar el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales”. En la actualidad, la ONU tiene muchas más naciones miembros, todas supuestamente dedicadas a la misma causa.

Por años, muchos han aclamado a voz en cuello a la ONU, en especial los líderes religiosos. El 11 de abril de 1963, el papa Juan XXIII firmó la encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la Tierra), en la cual decía: “Deseamos de todo corazón que la Organización de las Naciones Unidas pueda adecuar cada vez mejor su estructura y sus medios a la amplitud y nobleza de sus cometidos”. Tiempo después, en junio de 1965, guías religiosos que representaban, según se dijo, a la mitad de la población mundial, celebraron en San Francisco el vigésimo aniversario de la creación de la ONU. También en 1965, el papa Pablo VI, de visita en la ONU, la llamó “la última esperanza para la paz y la concordia”. En 1986, el papa Juan Pablo II colaboró en la promoción del Año Internacional de la Paz proclamado por la ONU.

Una vez más, durante su visita de octubre de 1995, el Papa declaró: “Hoy celebramos la buena nueva del Reino de Dios”. Ahora bien, ¿es él realmente el mensajero de Dios de las buenas nuevas del Reino? Hablando de los problemas mundiales, siguió diciendo: “Al hacer frente a estas enormes dificultades, ¿cómo podemos dejar de reconocer el papel que ha desempeñado la Organización de las Naciones Unidas?”. El Papa ha elegido a la ONU, no al Reino de Dios.

Razones para ‘llorar amargamente’

La celebración del quincuagésimo aniversario de la ONU no ha revelado ninguna perspectiva real de “paz en la Tierra”. Un redactor del periódico canadiense The Toronto Star señaló una razón: “La ONU es un león desdentado que ruge cuando se enfrenta al salvajismo humano, pero que debe esperar a que sus miembros le pongan la dentadura postiza antes de poder morder”. Con mucha frecuencia esa mordedura ha sido muy débil y ha llegado muy tarde. Los mensajeros de la paz del actual sistema de cosas, en especial los de la cristiandad, han venido repitiendo las palabras de Jeremías 6:14: “Tratan de sanar el quebranto de mi pueblo livianamente, diciendo: ‘¡Hay paz! ¡Hay paz!’, cuando no hay paz”.

Los sucesivos secretarios generales de la ONU han trabajado mucho y con sinceridad, no cabe duda, por conseguir que esta alcance su objetivo. Pero las constantes discusiones entre sus heterogéneos miembros, sobre cómo detener la guerra, formular su política y administrar la economía, han frustrado las posibilidades de éxito. En el informe anual de 1995, el entonces secretario general escribió sobre el desvanecimiento del “espectro del cataclismo nuclear universal” y dijo que esa situación abría el camino para que “las naciones quedaran liberadas para contribuir al progreso económico y social de toda la humanidad”. Pero añadió: “Lamentablemente, la evolución de los asuntos mundiales de los últimos años ha defraudado en buena medida esas expectativas optimistas”. En realidad, los supuestos mensajeros de la paz están ‘llorando amargamente’.

Un titular del The Orange County Register, de California, decía: “La ONU, en quiebra moral y económica”. El artículo indicaba que entre 1945 y 1990 se habían librado más de ochenta guerras, que se habían cobrado más de treinta millones de vidas. Citó a un escritor del número de octubre de 1995 del Reader’s Digest que “[dijo] que las operaciones militares de la ONU se [caracterizaban] por ‘indisciplina entre los soldados, incompetencia de los comandantes, alianzas con los agresores, incapacidad para impedir actos brutales y, en ocasiones, incluso participación en ellos’. Además, ‘el despilfarro, la corrupción y los abusos alcanzan grados intolerables’”. En una sección titulada “La ONU a los 50 años”, The New York Times llevaba el titular “La mala administración y el despilfarro perjudican las mejores intenciones de la ONU”. The Times, de Londres (Inglaterra), encabezaba un artículo con las palabras “Delicada a los 50 años: la ONU necesita un programa de ejercicios para recuperar la forma”. En realidad, es como leemos en Jeremías, capítulo 8, versículo 15: “Hubo un esperar paz, pero no vino ningún bien; tiempo de curación, pero, ¡miren!, ¡terror!”. Y la amenaza de un holocausto nuclear todavía pende sobre la humanidad. Está claro que la ONU no es el mensajero de la paz que la humanidad necesita.

¿En qué acabará todo esto? La Palabra profética de Jehová no deja lugar a ninguna duda. Primero, ¿qué les espera a las religiones falsas del mundo, que tantas veces se han mostrado muy amistosas con la ONU? Emanan de una fuente idolátrica, la antigua Babilonia. En Revelación 17:5 se les da el apropiado nombre de “Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra”. Jeremías describió el final de este conglomerado hipócrita. Como una ramera, ha seducido a los políticos de la Tierra, ha lisonjeado a la ONU y ha forjado alianzas ilícitas con sus potencias políticas. Ha sido una de las principales protagonistas de las guerras de la historia. Un comentarista dijo con relación a las guerras religiosas de la India: “Karl Marx llamó a la religión el opio del pueblo. Sin embargo, esa declaración no es del todo correcta, pues el opio es un sedante, sume a la gente en un estado de sopor. No, la religión es más bien como el crack. Desata una violencia tremenda y es una fuerza sumamente destructora”. Tampoco ese escritor estaba totalmente en lo cierto. La religión falsa es a la vez destructora y estupefaciente.

¿Qué deben hacer, entonces, las personas de corazón sincero? Jeremías, el mensajero de Dios, nos da la respuesta: “Huyan de en medio de Babilonia, y provea escape cada uno para su propia alma. [...] Porque es el tiempo de la venganza que pertenece a Jehová”. Nos alegra ver que millones de personas han huido de los confines de Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa. ¿Es usted una de ellas? Si es así, puede entender bien cómo ha afectado Babilonia la Grande a las naciones de la Tierra: “De su vino han bebido las naciones. Por eso las naciones siguen obrando enloquecidas”. (Jeremías 51:6, 7.)

Dentro de poco, Jehová inducirá a los ‘enloquecidos’ miembros de la ONU a que se vuelvan contra la religión falsa, como se describe en Revelación 17:16: “Estos odiarán a la ramera y harán que quede devastada y desnuda, y se comerán sus carnes y la quemarán por completo con fuego”. Este acontecimiento señalará el comienzo de la gran tribulación de la que habla Mateo 24:21 y que culminará en Armagedón, la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso. Al igual que la antigua Babilonia, Babilonia la Grande recibirá la sentencia pronunciada en Jeremías 51:13, 25: “‘Oh mujer que resides sobre aguas caudalosas, abundante en tesoros, ha llegado tu fin, la medida de tu lucrosa actividad. Aquí estoy contra ti, oh montaña ruinosa —es la expresión de Jehová—, arruinadora de toda la tierra; y ciertamente extenderé mi mano contra ti y te haré rodar de los peñascos y haré de ti una montaña acabada por quema’”. Las naciones corruptas y belicistas seguirán a la religión falsa en la destrucción cuando el día de venganza de Jehová las alcance también a ellas.

En 1 Tesalonicenses 5:3 se comenta sobre los inicuos: “Cuando los hombres estén diciendo: ‘¡Paz y seguridad!’, entonces destrucción repentina ha de sobrevenirles instantáneamente, como el dolor de angustia a la mujer encinta; y no escaparán de ninguna manera”. Estos son aquellos de los que Isaías dijo: “¡Mira! [...]; los [...] mensajeros de paz llorarán amargamente”. (Isaías 33:7.) De hecho, como leemos en Isaías 48:22, “‘no hay paz —ha dicho Jehová— para los inicuos’”.

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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?