Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

¿Por qué callaron las iglesias?


EL 8 de diciembre de 1993, el profesor Franklin Littell, de la Universidad de Baylor, habló en el Museo del Holocausto de Estados Unidos sobre una “verdad concreta” que turba el ánimo. ¿Cuál era?

Dicha verdad, dijo Littell, es que “seis millones de judíos fueron perseguidos y asesinados sistemáticamente en pleno corazón de la cristiandad por católicos, protestantes y ortodoxos bautizados, que nunca fueron amonestados ni mucho menos excomulgados”. Sin embargo, hubo una voz que no cesó de denunciar el entrometimiento del clero en el gobierno de Hitler. Esa voz, como hemos visto, fue la de los testigos de Jehová.

Hitler y otros tantos cabecillas de su régimen eran miembros bautizados de la Iglesia Católica. ¿Por qué no se les excomulgó? ¿Por qué se abstuvo la Iglesia Católica de condenar los horrores perpetrados por estos hombres? ¿Por qué callaron también las iglesias protestantes?

¿Guardaron realmente silencio las iglesias? ¿Hay pruebas de su cooperación con el esfuerzo bélico de Hitler?

El papel de la Iglesia Católica

El historiador católico E. I. Watkin escribió: “Aunque sea doloroso admitirlo, no podemos negar ni pasar por alto, en pro de un supuesto bien espiritual o de una falsa lealtad, el hecho histórico de que los obispos han apoyado siempre todas las guerras libradas por los gobiernos de sus respectivos países. [...] En lo que respecta al nacionalismo beligerante, han actuado como los portavoces del César”.

Cuando Watkin mencionó que los obispos de la Iglesia Católica ‘habían apoyado siempre todas las guerras libradas por los gobiernos de sus países’, incluyó las guerras de agresión de Hitler. Como admitió Friedrich Heer, profesor católico de Historia de la Universidad de Viena (Austria): “En la cruda realidad de la historia alemana, la cruz y la esvástica se fueron acercando cada vez más, hasta que la esvástica proclamó el mensaje de la victoria desde las torres de las catedrales alemanas, las banderas con la esvástica aparecieron en los altares, y los teólogos, pastores, clérigos y políticos católicos y protestantes aclamaron la alianza con Hitler”.

Tal fue el apoyo incondicional prestado por los jerarcas de la Iglesia a las guerras hitlerianas, que el profesor católico Gordon Zahn comentó: “Cualquier católico alemán que acudía a sus superiores religiosos en busca de guía espiritual y dirección respecto a prestar servicio en las guerras de Hitler, recibía prácticamente las mismas respuestas que hubiera recibido del propio dirigente nazi”.


















El hecho de que los católicos siguieron obedientemente la dirección de sus líderes eclesiásticos fue documentado por el profesor Heer, quien dijo: “De los cerca de treinta y dos millones de católicos alemanes —quince millones y medio de los cuales eran varones— solo siete [individuos] rehusaron abiertamente prestar servicio militar; seis de estos eran austriacos”. Pruebas más recientes indican que unos cuantos católicos más, y también algunos protestantes, opusieron resistencia al Estado nazi a causa de sus convicciones religiosas. Algunos incluso pagaron con su vida, en tanto que sus jefes espirituales se vendieron al Tercer Reich.

Quién más calló, y quién no

Como se ve, el profesor Heer incluyó a los líderes protestantes entre los que “aclamaron la alianza con Hitler”. ¿Es cierta su afirmación?

Muchos protestantes se han recriminado amargamente el silencio que guardaron durante las guerras de agresión de Hitler. Por ejemplo, en octubre de 1945 tuvo lugar una reunión de once destacados clérigos para redactar la llamada Confesión de Culpa de Stuttgart, en la que manifestaron: “Nos acusamos de no haber sido más valientes al declarar nuestras convicciones, más leales al decir nuestras oraciones, más gozosos al expresar nuestra fe y más ardientes al demostrar nuestro amor”.

La historia del cristianismo, de Paul Johnson, refiere: “De un total de 17.000 pastores evangélicos, nunca hubo más de cincuenta que cumpliesen penas prolongadas [por no apoyar al régimen nazi]”. Contrastando a aquellos pastores con los testigos de Jehová, Johnson escribió: “Los más valerosos fueron los Testigos de Jehová, que afirmaron su oposición doctrinaria directa desde el principio y sufrieron las consecuencias. Se negaron a cooperar con el Estado nazi”.

En 1939, año en que estalló la II Guerra Mundial, Consolation citó las siguientes palabras del ministro protestante T. Bruppacher: “Aunque los hombres que se dicen cristianos han fallado en las pruebas decisivas, estos desconocidos testigos de Jehová, como mártires cristianos, mantienen una resistencia inquebrantable frente a la coacción de su conciencia y la idolatría pagana. Algún día, el historiador futuro deberá reconocer que no fueron las grandes iglesias, sino estas personas calumniadas y escarnecidas, las primeras en hacer frente a la ira del demonio nazi [...]. Se niegan a adorar a Hitler y la esvástica”.

En parecidos términos se expresó más tarde Martin Niemoeller, pastor protestante que estuvo en un campo de concentración: ‘Puede decirse sinceramente que en todas las épocas las iglesias cristianas siempre han consentido en bendecir las guerras, las tropas y las armas, y han orado de una forma muy poco cristiana por la aniquilación de sus enemigos’. Y admitió: “Todo esto es culpa nuestra y de nuestros padres; obviamente no es culpa de Dios”.

A lo anterior agregó: “Y pensar que los cristianos de hoy nos avergonzamos de la llamada secta de los estudiantes serios de la Biblia [testigos de Jehová], centenares, e incluso millares, de los cuales han sido enviados a los campos de concentración y han muerto por negarse a prestar servicio en la guerra y a disparar a seres humanos”.

Susannah Heschel, profesora de Estudios Judaicos, descubrió varios documentos que demuestran que el clero luterano deseaba, sí, ansiaba, apoyar a Hitler. Según ella, los líderes clericales rogaron que se les concediera el privilegio de desplegar la esvástica en sus iglesias. La abrumadora mayoría de los eclesiásticos no fueron colaboradores obligados, como lo revelan las pruebas, sino apoyadores fervorosos de Hitler y sus ideales arios.

Durante las conferencias de la profesora Heschel, los concurrentes suelen preguntarle: “¿Qué más pudimos haber hecho?”.

“Pudieron haber imitado a los testigos de Jehová”, replica ella.

Por qué callaron
La razón por la que las iglesias callaron es evidente. Se debió a que la clerecía y sus rebaños habían abandonado las enseñanzas de la Biblia en favor de la cooperación con el estado político. En 1933, la Iglesia Católica firmó un concordato con los nazis. El cardenal Faulhaber escribió a Hitler: “Este apretón de manos con el Papado [...] es un hecho de valor incalculable. [...] ¡Quiera Dios conservar al canciller al frente de nuestro pueblo!”.

En efecto, la Iglesia Católica, al igual que otras confesiones, pasaron a ser agentes del perverso gobierno de Hitler. A pesar de las palabras de Jesús de que sus seguidores “no son parte del mundo”, las iglesias y su grey fueron parte integrante del mundo de Hitler. (Juan 17:16.) En consecuencia, no denunciaron los horrores que los nazis cometieron contra la humanidad en los campos de exterminio.

Cierto es que algunos católicos, protestantes y miembros de otras religiones se opusieron con valentía al Estado nazi. Pero mientras algunos lo pagaban con su vida, sus cabezas espirituales, que alegaban servir a Dios, servían de marionetas del Tercer Reich.

Mas hubo una voz que no dejó de oírse. Si bien los medios de comunicación en conjunto pasaron por alto el protagonismo de las iglesias en el drama nazi, los testigos de Jehová se sintieron obligados a denunciar la traición y la hipocresía del clero, dando detalles de su complicidad entre bastidores. Durante los años treinta y cuarenta, las páginas de la revista precursora de ¡Despertad! y otras publicaciones hicieron fuertes acusaciones contra las organizaciones religiosas que se convirtieron en instrumentos del nazismo.

Se reconoce a los auténticos seguidores de Cristo

Los testigos de Jehová son del todo diferentes de las religiones del mundo. No siendo parte de este, se abstienen de intervenir en las guerras de las naciones. En obediencia a las instrucciones de Dios, ‘han batido sus espadas en rejas de arado’. (Isaías 2:4.) Y en obediencia a los mandatos de Cristo, se aman unos a otros. (Juan 13:35.) Esto significa que nunca van a la guerra ni se atacan entre sí.

Cuando se trata de identificar a los auténticos adoradores de Dios, la Biblia dice claramente: “Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo y degolló a su hermano”. (1 Juan 3:10-12.)

En efecto, la historia da testimonio de que los testigos de Jehová siempre han mostrado amor al prójimo, incluso ante intensa presión. Cuando Hitler declaró la guerra por toda Europa, los Testigos se mantuvieron firmes ante los brutales esfuerzos nazis por hacer que participaran en la orgía de sangre. La profesora Christine King resumió muy bien el asunto: “Los testigos de Jehová sí dejaron oír su voz. La dejaron oír desde el principio, al unísono. Y hablaron con tal valentía, que nos han dado una lección”.

Hasta que este mundo goce de seguridad bajo el mando amoroso del gobierno de Jehová, libre de guerras y maldad, los testigos de Jehová dejarán oír su voz. Mientras sea la voluntad del Señor Soberano Jehová, esta revista (Atalaya y Despertad) continuará denunciando las perversidades del mundo satánico y proclamando la única esperanza verdadera para la humanidad, el Reino de Dios. (Mateo 6:9, 10.)


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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?