Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

Cuando la Religión recurre a la espada...


Se recurre a la espada

“El hombre discutirá por la religión, escribirá por ella, luchará por ella, morirá por ella; todo, menos vivir por ella.” (Charles Caleb Colton, clérigo inglés del siglo XIX)

EN SUS primeros años, al cristianismo se le bendijo con creyentes que vivían su religión, creyentes que, en defensa de su fe, blandieron con celo “la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios”. (Efesios 6:17.) Pero después, como lo ilustraron los sucesos acaecidos entre 1095 y 1453, los cristianos nominales, que no vivían el verdadero cristianismo, recurrieron a utilizar otra clase de espada.

En el siglo VI, el Imperio romano de Occidente ya había dejado de existir y había sido reemplazado por su homónimo oriental, el Imperio bizantino (Imperio romano de Oriente), con su capital en Constantinopla. Pero a sus respectivas Iglesias, cuyas relaciones eran ya sumamente tirantes, pronto las amenazó un enemigo común: el islam, cuyas fronteras avanzaban con gran rapidez.

La Iglesia de Oriente se dio cuenta de esto a más tardar cuando en el siglo VII los musulmanes conquistaron Egipto y otros territorios norteafricanos del Imperio bizantino.

Menos de un siglo después, la Iglesia de Occidente se conmocionó al ver que el islam avanzaba por España y Francia y llegaba a unos 160 kilómetros de París. Muchos católicos españoles se convirtieron al islam y otros abrazaron las costumbres y cultura musulmanas. “Amargada por sus pérdidas —dice el libro Early Islam (El islam primitivo)—, la Iglesia trabajó sin cesar entre sus hijos españoles para avivar las llamas de la venganza.”

Varios siglos más tarde, después de reconquistar la mayor parte de sus tierras, los católicos españoles “se volvieron contra sus súbditos musulmanes y los persiguieron sin misericordia. Les obligaron a repudiar su fe, los expulsaron del país y tomaron medidas drásticas para desarraigar todo vestigio de la cultura hispano-musulmana”.

Se utiliza la espada

En el año 1095, el papa Urbano II hizo un llamamiento a los católicos europeos para empuñar la espada literal. Había que expulsar al islam de los Santos Lugares (Oriente Medio), una zona sobre la que la cristiandad afirmaba tener los derechos exclusivos.

La idea de una guerra “justa” no era nueva. Ya se había invocado, por ejemplo, en la lucha librada contra los musulmanes en España y Sicilia, y según Karlfried Froehlich, del seminario teológico de Princeton (E.U.A.), el papa Gregorio VII “había concebido la idea de una militia Christi para la lucha contra todos los enemigos de Dios y ya había pensado enviar un ejército a Oriente” por lo menos una década antes del llamamiento de Urbano.

La acción de Urbano se debió en parte a una petición de ayuda del emperador bizantino Alejo. Además, como parecía que mejoraban las relaciones entre las partes oriental y occidental de la cristiandad, puede que la posibilidad de volver a unir las iglesias hermanas desavenidas también le impulsara a acceder a dar ayuda. Sea como fuere, convocó el Concilio de Clermont, donde se declaró que a los que quisieran participar en esta “santa” empresa se les concedería una indulgencia plenaria (la remisión de todas las penas debidas por los pecados). La respuesta fue inesperadamente positiva. “Deus volt” (“Dios lo quiere”) se convirtió en el lema bajo el que se reunieron tropas en Oriente y Occidente.

Comenzaron así una serie de expediciones militares que duraron casi dos siglos (véase el recuadro de la página 24). Al principio los musulmanes creyeron que los invasores eran bizantinos, pero al darse cuenta de su verdadero origen, los llamaron francos, el pueblo germánico del que posteriormente Francia derivó su nombre. Para hacer frente a estos “bárbaros” europeos, entre los musulmanes surgió el concepto de la Jihad (“guerra santa” o “lucha santa”).

El profesor británico Desmond Stewart comenta: “Por cada erudito o mercader que plantó las semillas de la civilización islámica mediante el precepto y el ejemplo, había un soldado para quien el islam era un llamamiento a la batalla”. Para la segunda mitad del siglo XII, el líder musulmán Nūr al-Dīn había unido a los musulmanes de la parte norte de Siria y la Alta Mesopotamia y así había creado una eficiente fuerza militar. De modo que “tal como los cristianos de la Edad Media tomaron las armas para propagar la religión de Cristo —continúa Stewart—, los musulmanes tomaron las armas para propagar la religión del Profeta”.

Desde luego, la fuerza impulsora no siempre fue dar adelanto a la causa religiosa. El libro The Birth of Europe (El nacimiento de Europa) indica que para la mayoría de los europeos, las cruzadas “ofrecieron una irresistible oportunidad de ganar fama, reunir riquezas, adueñarse de nuevos estados, gobernar países enteros o simplemente escapar de la monotonía participando en una gloriosa aventura”. Los mercaderes italianos también vieron una oportunidad para establecer puestos comerciales en los países mediterráneos orientales. Pero sin importar cuál fuese el motivo, parece que todos estaban dispuestos a morir por su religión, unos en una guerra “justa” de la cristiandad y otros en una Jihad musulmana.

La espada produce resultados inesperados

“Aunque las cruzadas iban dirigidas directamente contra los musulmanes de Oriente —dice The Encyclopedia of Religion—, el celo de los cruzados se enfocó en los judíos de los países de donde se reclutaba a los cruzados, es decir, de Europa. Un fin común de todos los cruzados era vengar la muerte de Jesús, y los judíos se convirtieron en las primeras víctimas. La persecución de los judíos comenzó en Ruán en 1096, seguida rápidamente por masacres en Worms, Maguncia y Colonia.” Esto no fue más que un preludio del espíritu antisemítico de los días del Holocausto en la Alemania nazi.

Como consecuencia de las cruzadas también aumentó la tensión Oriente-Occidente, que se había estado acrecentando desde que en el año 1054 el patriarca de la Iglesia de Oriente Miguel Cerulario y el cardenal de la Iglesia de Occidente Humberto se excomulgaron el uno al otro. Cuando los cruzados reemplazaron a los clérigos griegos con obispos latinos en las ciudades conquistadas, el cisma Oriente-Occidente empezó a afectar a la gente común.

La ruptura de las dos Iglesias fue total con motivo de la cuarta cruzada, cuando, según Herbert Waddams, anterior canónigo anglicano de Canterbury, el papa Inocencio III hizo “un doble juego”. Por un lado, expresó su indignación por el saqueo de Constantinopla (véase el recuadro de la página 24). Él escribió: “¿Cómo puede esperarse que la Iglesia de los griegos vuelva a ser devota a la Sede Apostólica cuando ha visto a los latinos poner un ejemplo de maldad y de hacer la obra del diablo de modo que los griegos, y con buena razón, ya los odian más que si fuesen perros?”. Por otro lado, se aprovechó sin demora de la situación y fundó allí un reino latino bajo un patriarca occidental.

Después de dos siglos de lucha casi continua, el Imperio bizantino estaba tan debilitado que no fue capaz de resistir los ataques de los turcos otomanos, quienes finalmente conquistaron Constantinopla el 29 de mayo de 1453. No había sido solo la espada islámica la que había acabado con el imperio, sino también la que blandía la otra Iglesia hermana del imperio, la de Roma. La división de la cristiandad había dado al islam una buena base para introducirse en Europa.

Las espadas de la política y la persecución

Las cruzadas fortalecieron la posición de liderazgo del papado tanto en el campo religioso como en el político. Según el historiador John H. Mundy, “dieron a los Papas autoridad para controlar la diplomacia europea”. Al poco tiempo “la Iglesia era el mayor gobierno de Europa [...], [capaz de] ejercer más poder político que cualquier otro gobierno occidental”.

Esta subida al poder se hizo posible tras la caída del Imperio romano de Occidente, ya que entonces la Iglesia quedó como el único poder unificador en Occidente y empezó a desempeñar en la sociedad un papel político más activo que la Iglesia de Oriente, la cual en aquel tiempo todavía estaba bajo un fuerte dirigente seglar: el emperador bizantino. Esta preponderancia política de la Iglesia de Occidente dio crédito a su afirmación de la primacía papal, una idea rechazada por la Iglesia de Oriente, que aunque aceptaba que el Papa merecía honra, no concordaba en que fuese la máxima autoridad en cuestiones de doctrina o de jurisdicción.

El poder político y la convicción religiosa descaminada empujaron a la Iglesia católica romana a tomar la espada para acabar con la oposición. Se dedicó a perseguir a los herejes. Los profesores de Historia Miroslav Hroch y Anna Skýbová, de la universidad de Karls, en Praga (Checoslovaquia), relatan cómo actuaba la Inquisición, el tribunal especial creado para castigar a los herejes: “Contrario a la práctica general, los nombres de los informadores [...] no tenían que revelarse”. El papa Inocencio IV emitió en 1252 la bula “Ad extirpanda”, que permitía la tortura. “La quema en la hoguera, el método habitual empleado para dar muerte a los herejes allá en el siglo XIII, [...] tenía su simbolismo, implicaba que por administrar este tipo de castigo, la Iglesia no era culpable de derramamiento de sangre.”

Los inquisidores castigaron a decenas de miles de personas. A otros miles se les quemó en la hoguera, lo que llevó al historiador Will Durant a comentar: “Aunque hagamos todas las concesiones que se requieren de un historiador y se permiten a un cristiano, tenemos que clasificar a la Inquisición [...] entre las mayores monstruosidades de la historia de la humanidad, pues reveló una ferocidad desconocida en cualquier bestia”.

La Inquisición nos recuerda las palabras de Blaise Pascal, filósofo y científico francés del siglo XVII: “El hombre nunca hace el mal de manera tan completa y de tan buena gana como cuando lo hace por una convicción religiosa”. A decir verdad, blandir la espada de la persecución contra personas de diferentes creencias religiosas ha sido característico de la religión falsa desde que Caín mató a Abel. (Génesis 4:8.)

La espada de la desunión causa heridas

La disensión nacionalista y las maniobras políticas condujeron a que en el año 1309 se transfiriese la residencia papal de Roma a Aviñón. Aunque en 1377 volvió a pasar a Roma, la elección de un nuevo Papa, Urbano VI, hizo surgir más contiendas. El mismo grupo de cardenales que lo eligió, también eligió a un Papa rival, Clemente VII, quien se estableció en Aviñón. A principios del siglo XV la situación se hizo aún más confusa cuando por un breve período de tiempo hubo simultáneamente tres papas.

Esta situación, conocida como el Cisma de Occidente o el Gran Cisma, terminó con el Concilio de Constanza. En él se invocó el principio del conciliarismo, teoría que defiende la supremacía del concilio ecuménico sobre el Papa. Por consiguiente, en 1417 el concilio eligió un nuevo Papa, Martín V. Aunque unida de nuevo, la Iglesia había quedado muy debilitada. Sin embargo, a pesar de las cicatrices, el papado rehusó reconocer la necesidad de una reforma. Según John L. Boojamra, del Seminario Teológico Ortodoxo de San Vladimiro, esta actitud “puso el fundamento para la Reforma del siglo XVI”.

¿Vivían su religión?

El Fundador del cristianismo mandó a sus seguidores que hiciesen discípulos, pero no les dijo que utilizasen para ello la fuerza física; es más, les dio la advertencia específica de que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. De manera similar, tampoco mandó a sus seguidores que dieran maltrato físico a los que no estuviesen favorablemente dispuestos. El principio cristiano que había que poner en práctica era: “El esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser amable para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos”. (Mateo 26:52; 2 Timoteo 2:24, 25.)

Al recurrir a la espada literal de la guerra, así como a las espadas simbólicas de la política y la persecución, es evidente que la cristiandad no siguió la dirección de Aquel que, según ellos, era su Fundador.

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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?