Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

La aterradora Inquisición




CORRÍA el siglo XIII y se decía que todo el sur de Francia estaba infestado de herejes. El obispo de la región había fracasado en sus intentos por arrancar de raíz la mala hierba que crecía en su diócesis, que se suponía que fuera un campo exclusivamente católico. Se consideró necesario tomar medidas más drásticas. Representantes especiales del papa intervinieron “en el asunto de la herejía”. Y así la Inquisición floreció en dicha región.

La Inquisición tiene sus cimientos en los siglos XI y XII, tiempo en que varios grupos de disidentes comenzaron a surgir en la Europa católica. Pero en realidad, la Inquisición fue instituida por el papa Lucio III en el sínodo de Verona, Italia, en 1184. En colaboración con Federico I Barbarroja, emperador del Santo Imperio Romano, el papa decretó que cualquier persona que hablara o hasta pensara en contra de la doctrina católica sería excomulgada por la iglesia y debidamente castigada por las autoridades seglares. A los obispos se les instruyó que buscaran (en latín, inquirere) a los herejes. Este fue el comienzo de lo que se llamó la Inquisición episcopal, es decir, a cargo de los obispos católicos.

Medidas más severas

Sin embargo, resultó que a los ojos de Roma no todos los obispos tenían suficiente celo como para investigar y buscar con empeño y persistencia a los disidentes. Por eso, varios papas en sucesión enviaron legados papales que, con la ayuda de los monjes cistercienses, tenían la autorización de llevar a cabo sus propias “investigaciones” tocante a la herejía. De modo que por algún tiempo la Inquisición tomó dos vertientes: la llamada episcopal o de los obispos y la de los legados, llegando esta última a ser la más severa.

Ni aun esta Inquisición más severa fue suficiente para el papa Inocencio III. En 1209 lanzó una cruzada militar en contra de los herejes del sur de Francia. Estos eran en su mayoría cátaros, un grupo religioso que fusionaba el maniqueísmo con el gnosticismo cristiano apóstata. Dado que Albi era una de las ciudades donde más abundaban los cátaros, se les llegó a conocer como albigenses.

La “guerra santa” contra los albigenses terminó en 1229, pero aún no se había erradicado totalmente a los disidentes. De modo que ese mismo año el papa Gregorio IX, en el sínodo de Tolosa, ciudad en el meridiano de Francia, dio un nuevo incentivo a la Inquisición. Hizo preparativos para que en cada parroquia hubiera inquisidores permanentes, entre quienes también se incluía a un sacerdote. En 1231 este mismo papa emitió una ley por medio de la cual a los herejes impenitentes se les condenaría a morir quemados y a los arrepentidos a cadena perpetua.

Dos años más tarde, en 1233, Gregorio IX exoneró a los obispos de la responsabilidad de buscar a los herejes. Entonces instituyó la Inquisición monástica, llamada así porque nombró a monjes como inquisidores oficiales. A estos se les escogió, principalmente, de entre los miembros de la recién fundada Orden de los dominicos y también de los franciscanos.

El procedimiento inquisitorial

Los inquisidores, frailes dominicos y franciscanos, reunían en las iglesias a los habitantes de la localidad. Los citaban para que el que fuera culpable de herejía lo confesara, o si sabía de algún hereje, lo denunciara. Aun si solo había sospecha de alguien, había que denunciarlo.

Cualquier persona —hombre, mujer, niño o esclavo— podía acusar a otra de hereje, sin temer a tener que enfrentarse al acusado ni que el acusado se enterara de quién lo denunció. El acusado rara vez tenía quién lo defendiera, ya que a cualquier abogado o testigo a su favor se le acusaría de ayudar a un hereje y de ser su cómplice. Así que por lo general el acusado se enfrentaba solo ante los inquisidores, quienes desempeñaban el cargo de fiscal y a la vez de juez.

Los acusados tenían, a lo sumo, un mes para confesar. Entonces, prescindiendo de si confesaban o no, comenzaba la “inquisición” (en latín inquisitio). A los acusados se les mantenía en custodia, muchos de ellos incomunicados y con poca alimentación. Cuando la prisión del obispo estaba llena, se usaba la prisión civil. Y cuando esta se repletaba, se usaban edificios antiguos que habían sido acondicionados para servir de prisiones.

Dado que a los acusados ya se les consideraba culpables aun antes de que comenzara el proceso judicial, los inquisidores empleaban cuatro métodos diferentes para inducirlos a confesar su herejía. Primero, amenazas con muerte en un madero. Segundo, encadenamiento en una pequeña celda oscura y húmeda. Tercero, presión sicológica por parte de los que los visitaban en la cárcel. Y por último, torturas, que incluían el tormento del caballete, la estrapada y tormento del fuego. Monjes se situaban cerca para hacer registro de cualquier confesión. La absolución era prácticamente imposible.

Castigos

Las sentencias se pronunciaban los domingos, en la iglesia o en la plaza pública, ante la presencia del clero. Una sentencia ligera podía implicar cierta penitencia, como el llevar obligatoriamente una cruz amarilla cosida a la ropa, lo que hacía casi imposible encontrar empleo. Por otra parte, la condena podía ser flagelación en público, encarcelamiento, o ser entregado a las autoridades seglares para morir en la hoguera.

A los que recibían las condenas más fuertes les confiscaban sus bienes, los cuales se repartían entre la Iglesia y el Estado. Así que los familiares del hereje sufrían grandemente. Las casas de los herejes y de aquellos que les habían dado albergue eran demolidas.

A los muertos acusados de haber sido herejes se les encausaba después de la muerte. Si se les juzgaba culpables, su cuerpo era exhumado y quemado, y sus bienes eran confiscados. Esto también traía indecible sufrimiento a los familiares inocentes del fallecido.

Ese era el procedimiento general de la Inquisición medieval, con ciertas variaciones según la época y el lugar.

Torturas aprobadas por el papa

En 1252 el papa Inocencio IV emitió la bula Ad exstirpanda, con la que oficialmente autorizaba el uso de torturas por los tribunales eclesiásticos de la Inquisición. Los papas Alejandro IV, Urbano IV y Clemente IV promulgaron otras reglas tocante a la manera de torturar.

Al principio, a los inquisidores eclesiásticos no se les permitía estar presentes cuando se administraba la tortura, pero los papas Alejandro IV y Urbano IV quitaron esta restricción. Esto permitió que el “interrogatorio” se continuara en la cámara de torturas. Tal como se autorizó en un principio, a la persona se le podía torturar solo una vez, pero los inquisidores buscaron la manera de evadir esta restricción y alegaban que las reanudadas sesiones de tortura eran solo “una continuación” de la primera.

No pasó mucho tiempo antes de que se torturara aun a los testigos con el fin de asegurarse de que estos habían denunciado a todos los herejes que conocían. A veces se torturaba al acusado aun después de haber confesado. Según explica The Catholic Encyclopedia, esto era “para obligarlo a testificar en contra de sus amigos y otros reos junto con él”. (Tomo VIII, página 32.)

Seis siglos de terror

De ese modo entró en vigor el régimen inquisitorial en la primera mitad del siglo XIII E.C. y se usó por varios siglos para aplastar a cualquiera que hablara o tan siquiera pensara de manera diferente a la Iglesia Católica. Diseminó terror por toda la Europa católica. Cuando a finales del siglo XV la Inquisición comenzó a aplacarse en Francia y en otros países del centro y occidente de Europa, comenzó a cobrar auge en España.

La Inquisición española, autorizada en 1478 por el papa Sixto IV, se dirigió primeramente contra los marranos, o judíos españoles, y los moriscos, o musulmanes españoles. Se sospechaba que muchos de estos, que por temor habían adoptado la fe católica, continuaban practicando en secreto su religión original. Con el tiempo, a la Inquisición se le utilizó como una terrible arma contra los protestantes y contra cualesquier otros disidentes.

Desde España y Portugal, la Inquisición se esparció a las colonias que estas dos monarquías católicas tenían en América Central y del Sur, y en otros lugares. La Inquisición llegó a su fin cuando Napoleón invadió España a principios del siglo XIX. Se volvió a establecer temporalmente después de la caída de Napoleón, pero finalmente se abolió en 1834, hace solo siglo y medio.

¿Cómo pudo ser posible?

UNA de las paradojas de la historia es que algunos de los peores crímenes cometidos contra la humanidad, solo igualados por los de los campos de concentración del siglo XX, fueron perpetrados por frailes dominicos y franciscanos de dos órdenes religiosas que pretendían estar dedicadas a predicar el mensaje de amor de Cristo.

Es difícil comprender cómo una iglesia que apoya las palabras inspiradas de que “todos los que quieren vivir virtuosamente según Jesucristo, han de padecer persecución” pudo ella misma convertirse en perseguidora. (2 Timoteo 3:12, Torres Amat, versión católica.) ¿Cómo pudo ser posible eso?

En primer lugar, fueron las enseñanzas católicas lo que lo hicieron posible. Pero ¿cómo? Pues bien, se puede resumir con las famosas palabras del católico “San” Agustín: “Salus extra ecclesiam non est” (No hay salvación fuera de la iglesia). El libro A History of Christianity (Una historia del cristianismo), escrito recientemente por Paul Johnson, dice acerca de Agustín: “Él no solo aceptó la persecución, sino que se convirtió en un teórico de esta; y sus defensas fueron las que más adelante sirvieron de apoyo a todas las defensas de la Inquisición”.

En el siglo XIII, “santo” Tomás de Aquino, llamado el “Doctor angélico”, abogó a favor de la pena capital para los herejes. The Catholic Encyclopedia explicó esto de la siguiente manera: “Los teólogos y juristas, hasta cierto grado basaron su actitud en la similitud que hay entre la herejía y la alta traición”. La misma publicación admite que “no puede haber duda alguna, por lo tanto, de que la Iglesia se arrogó el derecho de coaccionar físicamente a los apóstatas declarados”.

El “derecho” de la iglesia de torturar y quemar a los herejes fue, en efecto, una horrible consecuencia de las doctrinas sin base bíblica del infierno y el purgatorio.

[Nota]

Historiadores católicos con frecuencia catalogan indiscriminadamente a los herejes medievales como de “sectas maniqueas”. Maniqueo o Manes creó en el siglo III E.C. una fusión religiosa en la que mezclaba el zoroastrismo persa y el budismo con el gnosticismo cristiano apóstata. Aunque tales grupos disidentes, como el de los cátaros, se basaban en las enseñanzas de Manes, este no era el caso con los grupos disidentes que más se inclinaban a la Biblia, tal como los valdenses.

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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?