Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

Juicio y ejecución de un “hereje” por la Iglesia Católica...



EN UN lado de la tétrica sala se halla el elevado e imponente asiento de los jueces. La silla del presidente, situada en el centro, está cubierta con un dosel de tela de color oscuro, coronado por una gran cruz de madera que domina toda la sala. Al frente está el banquillo de los acusados.

Así solían describirse los tribunales de la siniestra Inquisición católica. La aterradora acusación contra los desventurados reos era la de “herejía”, palabra que evoca imágenes de tortura y muerte en la hoguera. La Inquisición (del verbo latino inquiro, “inquirir”) era un tribunal eclesiástico especial creado para erradicar la herejía, es decir, las ideas o doctrinas que se apartaban de la ortodoxia católica romana.

Las fuentes católicas señalan que la Inquisición fue instituida por etapas. El papa Lucio III la estableció en 1184 en el Concilio de Verona, y otros pontífices perfeccionaron —si es posible aplicar este término a tan espantosa institución— su organización y procedimientos. En el siglo XIII, el papa Gregorio IX creó tribunales inquisitoriales en diversos lugares de Europa.

La infame Inquisición española fue establecida en 1478 mediante una bula pontificia que promulgó Sixto IV, a instancias de los reyes Fernando e Isabel. Su objetivo era combatir a los “marranos”, calificativo dado a los judíos falsamente convertidos al catolicismo para escapar de la persecución; a los moriscos, seguidores del islamismo convertidos a la fe católica por la misma razón, y a los herejes españoles. Por su fanatismo, el primer gran inquisidor español, Tomás de Torquemada, fraile dominico, encarnó el lado más infame de la Inquisición.

En 1542, el papa Paulo III instituyó la Inquisición romana, con jurisdicción en todo el mundo católico. El pontífice creó un tribunal central de seis cardenales llamado la Congregación de la Santa Inquisición Romana Universal, organismo eclesiástico que dio comienzo a “un gobierno de terror que sembró el pánico en toda Roma”. (Dizionario Enciclopedico Italiano.) La ejecución de herejes aterrorizó a los países donde dominaba la jerarquía católica.

Juicio y auto de fe

La historia muestra que los inquisidores acudían al suplicio para arrancar la confesión a los presuntos herejes. En su empeño por atenuar la responsabilidad de la Inquisición, los comentaristas católicos han escrito que la tortura también era corriente en los tribunales seculares de la época. Ahora bien, ¿justifica ese hecho semejante actuación de parte de ministros que afirmaban ser los representantes de Cristo? ¿No debieron haber mostrado la misma compasión que Cristo mostró a sus enemigos? Para ver el asunto con objetividad, reflexionemos en una simple pregunta: ¿Habría torturado Jesucristo a los que discrepaban de sus enseñanzas? Él dijo: “Continúen amando a sus enemigos, haciendo bien a los que los odian”. (Lucas 6:27.)

La Inquisición no le garantizaba ninguna justicia al acusado. En la práctica, el inquisidor gozaba de poderes ilimitados. “Las sospechas, las denuncias, incluso los rumores, bastaban para que el inquisidor citara ante sí a la persona afectada.” (Enciclopedia Cattolica.) Italo Mereu, historiador de Derecho, afirma que fue la propia jerarquía católica la que concibió y adoptó el sistema inquisitorial de justicia, abandonando el antiguo sistema acusatorio que crearon los romanos. El Derecho romano exigía que la parte acusadora probara su alegato; de existir dudas, era preferible exculpar al acusado a correr el riesgo de condenar a un inocente. La jerarquía católica sustituyó este principio fundamental por la idea de que la sospecha presuponía la culpabilidad y que era al acusado a quien le tocaba demostrar su inocencia. Los nombres de los testigos de cargo (delatores) se mantenían secretos, y el abogado defensor, cuando lo había, se exponía a la infamia y a la pérdida de su puesto si triunfaba en la defensa del presunto hereje. Como consecuencia, admite la Enciclopedia Cattolica, “los acusados se hallaban indefensos. Lo más que podía hacer el abogado era aconsejar al culpable que confesara”.

El juicio culminaba con el auto de fe. ¿En qué consistía este? Como consta en los grabados de la época, los infortunados reos acusados de herejía eran víctimas de un horrible espectáculo. El Dizionario Ecclesiastico define el auto de fe como un “acto público de reconciliación llevado a cabo por los herejes condenados y penitentes” después de leída su condena.

La condena y ejecución de los herejes se posponía para reunir a varios de ellos en un horrendo espectáculo dos o más veces al año. Se les hacía desfilar en una larga procesión a la vista de todos los espectadores, quienes observaban con una mezcla de horror y fascinación sádica. Después de hacérseles subir a un cadalso construido en medio de una gran plaza, se procedía a la lectura de las sentencias en voz alta. Los que abjuraban, es decir, que renunciaban a las doctrinas heréticas, se libraban de la excomunión y recibían varias penas, entre ellas la cárcel perpetua. A los que no abjuraban, pero que se confesaban con un sacerdote en el último momento, los entregaban a las autoridades civiles para que los estrangularan, ahorcaran o decapitaran, y luego incineraran su cadáver. A los impenitentes los quemaban vivos. La ejecución de la condena tenía lugar algún tiempo después, tras otro espectáculo público.

Las actividades de la Inquisición romana estaban rodeadas del mayor secreto; ni siquiera hoy se permite que los eruditos consulten sus archivos. No obstante, la investigación paciente ha sacado a la luz algunos documentos sobre los juicios del tribunal romano. ¿Qué revelan estos?

Juicio de un prelado

Pietro Carnesecchi, nacido en Florencia en los albores del siglo XVI, hizo rápidos progresos en su carrera eclesiástica en la corte del papa Clemente VII, quien lo nombró su secretario. Sin embargo, su carrera se truncó súbitamente a la muerte del pontífice. Más adelante conoció a nobles y clérigos que, como él, aceptaban algunas doctrinas de la Reforma protestante; por esta razón fue juzgado tres veces. Condenado a muerte, lo decapitaron y quemaron su cadáver.

Los comentaristas describen el cautiverio de Carnesecchi como una muerte en vida. Para quebrantar su resistencia, lo torturaron y lo privaron de alimento. El 21 de septiembre de 1567 se celebró su solemne auto de fe en presencia de casi todos los cardenales de Roma. Se le leyó su sentencia en el cadalso frente a la muchedumbre. El acto finalizó con la fórmula de rigor y una oración para que los miembros del tribunal civil, en cuyas manos sería entregado el hereje, ‘moderaran la sentencia, no le causaran la muerte y evitaran el exceso de sangre’. ¿No era aquello el colmo de la hipocresía? Los inquisidores deseaban acabar con los herejes, pero al mismo tiempo pretendían rogar a las autoridades seculares que les mostraran misericordia, salvando así el prestigio y descargándose de su culpa por derramamiento de sangre. Una vez leída la sentencia de Carnesecchi, le pusieron el sambenito, vestidura burda de color amarillo con cruces en rojo para el hereje arrepentido, o negro con llamas y demonios pintados, para el impenitente. La sentencia se ejecutó diez días después.

¿Por qué se acusó del delito de herejía a este ex secretario pontificio? Los procedimientos de su juicio, descubiertos a finales del siglo pasado, revelan que se le halló culpable de 34 cargos correspondientes a las doctrinas que impugnó. Entre ellas figuran el purgatorio, el celibato de sacerdotes y monjas, la transubstanciación, la confirmación, la confesión, la prohibición de algunos alimentos, las indulgencias y las oraciones a los “santos”. El octavo cargo reviste particular interés. (Véase el recuadro de la página 21.) Al condenar a muerte a quienes aceptaban como base de su creencia únicamente “la palabra de Dios expresada en la Santa Escritura”, la Inquisición mostró claramente que la Iglesia Católica no considera la Santa Biblia como la única fuente inspirada. No extraña entonces que muchas de sus doctrinas no se fundamenten en las Escrituras, sino en la tradición eclesiástica.

Ejecución de un joven estudiante

La breve y conmovedora historia de Pomponio Algieri, nacido cerca de Nápoles en 1531, no es muy conocida, pero ha emergido de la niebla del tiempo gracias a las diligentes investigaciones históricas de varios eruditos. Algieri se relacionó con los llamados herejes y las doctrinas de la Reforma protestante por su contacto con maestros y estudiantes de diferentes partes de Europa mientras estudiaba en la Universidad de Padua. Su interés por las Escrituras aumentó.

Comenzó a creer que solo la Biblia es inspirada y, en consecuencia, rechazó varias doctrinas católicas, como la confesión, la confirmación, el purgatorio, la transubstanciación, la intercesión de los “santos” y la enseñanza de que el Papa es el vicario de Cristo.

Arrestado y procesado por la Inquisición en Padua, Algieri dijo a sus inquisidores: “Regreso voluntariamente a prisión, quizás también a la muerte, si esa es la voluntad de Dios. Mediante su esplendor, Dios iluminará aún más a cualquiera. Soportaré de buena gana todo tormento, porque Cristo, perfecto Consolador de las almas afligidas, es mi luz y la verdadera claridad, y es capaz de disipar todas las tinieblas”. Posteriormente, la Inquisición romana obtuvo su extradición y lo condenó a muerte.

Algieri contaba 25 años cuando murió. El día en que lo ejecutaron en Roma, rehusó confesarse y recibir la comunión. El instrumento de ejecución fue más cruel que lo acostumbrado. En vez de quemarlo con leña, pusieron en el cadalso, a la vista de todos los concurrentes, una gran caldera llena de materiales inflamables, a saber, aceite, brea y resina. Tras introducir en ella al joven, atado, prendieron el fuego y lo quemaron vivo lentamente.

Otra causa grave de culpabilidad

Carnesecchi, Algieri y otros a quienes la Inquisición dio muerte poseían un entendimiento incompleto de las Escrituras. El conocimiento aún habría de hacerse “abundante” durante “el tiempo del fin” de este sistema de cosas. No obstante, estuvieron dispuestos a morir por la medida del “verdadero conocimiento” que habían adquirido de la Palabra de Dios. (Daniel 12:4.)

Hasta los protestantes, incluidos varios de sus reformadores, eliminaron a los disidentes quemándolos en la hoguera o entregaron a católicos en manos de los poderes seculares para que los mataran. A modo de ejemplo, Calvino, aunque prefería la decapitación, mandó quemar vivo a Miguel Servet por considerarlo un hereje antitrinitario.

El hecho de que la persecución y ejecución de herejes fuera común tanto a católicos como a protestantes de ningún modo excusa tal proceder. Pero la culpabilidad de las jerarquías religiosas es más grave, pues estas justifican las matanzas con las Escrituras y actúan como si Dios les hubiera encomendado tal misión. ¿No causa esto oprobio al nombre de Dios? Según afirman algunos eruditos, Agustín, conocido “Padre de la Iglesia”, fue el primero en sostener el principio de la coerción “religiosa”, esto es, el empleo de la fuerza para combatir la herejía. Intentando justificar esta práctica con la Biblia, citó las palabras de Jesús recogidas en la parábola de Lucas 14:16-24: “Oblígalos a entrar”. Obviamente estas palabras, que Agustín tergiversó, indicaban hospitalidad generosa, no coerción cruel.

Es de notar que, estando todavía activa la Inquisición, los defensores de la tolerancia religiosa protestaron contra la persecución de herejes citando la parábola del trigo y la mala hierba. (Mateo 13:24-30, 36-43.) Uno de ellos, Desiderio Erasmo de Rotterdam, dijo que Dios, el Dueño del campo, deseaba que se tolerara a los herejes (la mala hierba). Por otro lado, Martín Lutero instigó la violencia contra los campesinos disidentes, y cerca de cien mil fueron asesinados.

Al reconocer la grave culpa de las religiones de la cristiandad que fomentaron la persecución de los llamados herejes, ¿qué deberíamos sentirnos impulsados a hacer? Querremos, seguramente, buscar el conocimiento verdadero de la Palabra de Dios. Jesús dijo que la marca del cristiano verdadero sería su amor a Dios y al prójimo, un amor que, obviamente, no deja margen para la violencia. (Mateo 22:37-40; Juan 13:34, 35; 17:3.)


Algunos cargos de los que se halló culpable a Carnesecchi

8. “[Ha sostenido] que no debe creerse en nada más que en la palabra de Dios expresada en la Santa Escritura.”

12. “[Ha afirmado] que la confesión sacramental no es de jure divino [con arreglo a la ley divina], ni la instituyó Cristo, ni la prueban las Escrituras, ni es necesaria, salvo la que se hace a Dios.”

15. “Ha dudado del purgatorio.”

16. “Ha considerado apócrifo el libro de los Macabeos, el cual trata de las oraciones en favor de los muertos.”

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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?