Los Testigos de Jehová Calumniados...

"Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”.(Hechos 28:22)

La Inquisición española, ¿cómo pudo suceder?


FUE el 5 de junio de 1635 cuando se informó a Alonso de Alarcón que se había promulgado una orden de arresto contra él. Alegó que era inocente, pero no se le hizo caso. Pasó a ocupar una celda en una cárcel secreta donde permaneció incomunicado. Tres veces se le “invitó” a confesar sus delitos, pero él se declaró inocente.

El 10 de abril de 1636 fue torturado en el potro hasta que perdió el conocimiento. El 12 de octubre fue condenado a recibir cien azotes, y fue desterrado durante seis años.

“Para la mayor gloria de Dios”

Alonso era un oficial tejedor de Toledo (España); tenía tres hijas, y un lado de su cuerpo estaba paralizado. Su médico había informado a los interrogadores que se le podía aplicar la tortura sin riesgo... por lo menos en el lado que no tenía paralizado. Alonso fue una víctima de la Inquisición española.

¿Cuál fue su delito? Se le acusó de comer carne en viernes (lo que implicaba tendencias judaizantes) y de blasfemia contra la virgen María (se alegaba que había dicho que una de sus hijas era más virgen que María). La acusación provenía del sacerdote de su parroquia.

Los teólogos estudiaron el caso y decretaron que los hechos de los que se le acusaba constituían actos o proposiciones heréticas. Según una frase de la época, estos procesos se instruían ad majorem Dei gloriam (para la mayor gloria de Dios), aunque Alonso y las otras más o menos cien mil víctimas procesadas por la Inquisición no lo verían de esta manera.

No sorprende, pues, que la Inquisición española haya llegado a ser sinónimo de opresión y fanatismo religiosos. Incluso la palabra “inquisición”, que en un principio solo significaba “acción de inquirir”, tiene ahora connotaciones de tortura, injusticia y desconsideración despiadada hacia los derechos humanos. ¿Cómo llegó a existir esta maquinaria opresora? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Puede justificarse como un “mal necesario”?

¿Consiguió la Inquisición la unidad de la fe?

En el siglo XIII, la iglesia católica estableció la Inquisición en Francia, Alemania, Italia y España. Su propósito principal era erradicar los grupos religiosos disidentes que el clero consideraba peligrosos para la Iglesia. Después de la desaparición de estos grupos, la influencia de la Inquisición eclesial empezó a declinar, pero estos precedentes iban a tener horribles consecuencias para muchos españoles unos dos siglos después.

En el siglo XV, los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, conquistaron el último reducto de los árabes, quienes habían ocupado gran parte de la península ibérica por ocho siglos. Estos monarcas buscaron maneras de forjar la unidad nacional. Se consideró que la religión era un instrumento útil para ese fin.

En septiembre de 1480, la Inquisición reapareció en España, pero en esta ocasión bajo el poder del Estado. Su propósito era la “purificación del país y la unidad de la fe”. Los gobernantes católicos de España persuadieron al papa Sixto IV para que publicara una bula que los autorizara a ellos a nombrar a los inquisidores con el fin de vigilar y castigar la herejía. Desde entonces, el Estado financió la Inquisición y estableció los procedimientos que debería seguir. Había comenzado una cruzada para imponer una estricta uniformidad religiosa en el país. La institución fue dirigida principalmente por frailes dominicos y franciscanos, aunque estaba supervisada por la monarquía.

Este fue un matrimonio de conveniencia entre la Iglesia y el Estado. Aquella deseaba erradicar la amenaza que percibía en los miles de españoles judíos y árabes que habían sido forzados a convertirse al catolicismo, pero de los que se sospechaba que conservaban sus anteriores creencias. Más tarde, utilizaría el mismo aparato para erradicar a los grupos protestantes que aparecieron el siglo siguiente.

La Inquisición también demostró ser un poderoso instrumento para el Estado. Suprimió la oposición, generó sustanciosos ingresos de los bienes confiscados a las víctimas y concentró el poder en las manos de la monarquía. Por más de tres siglos esta temida institución impuso su voluntad sobre el pueblo español.

Torquemada: el inquisidor más notorio

En 1483, tres años después de haberse implantado de nuevo la Inquisición en España, fue nombrado inquisidor general Tomás de Torquemada, un fraile dominico que, irónicamente, era de ascendencia judía. Su crueldad para con los sospechosos de herejía no tuvo parangón. El papa Sixto IV lo elogió por haber “encaminado vuestro celo a esas materias que contribuyen a la alabanza de Dios”.

Más tarde, sin embargo, el papa Alejandro VI, alarmado por los excesos de Torquemada, trató de diluir su poder mediante nombrar a otros dos inquisidores generales. No sirvió de mucho. Torquemada continuó ejerciendo autoridad absoluta, y durante el tiempo que estuvo de inquisidor, quemó en el madero, como mínimo, a dos mil personas... “un horrible holocausto rendido al principio de intolerancia”, según The Encyclopædia Britannica. Miles de personas huyeron al extranjero, y a muchos otros se les encarceló y torturó, y se les confiscaron sus propiedades. Al parecer, Torquemada estaba convencido de que su labor era un servicio a Cristo. En realidad, la doctrina de la Iglesia justificaba sus acciones.

Sin embargo, la Biblia advierte que el celo religioso puede estar desviado. En el primer siglo, Pablo describió a los judíos que perseguían a los cristianos como personas que tenían “celo por Dios; mas no conforme a conocimiento exacto”. (Romanos 10:2.) Jesús predijo que el celo mal dirigido incluso llevaría a tales personas a matar a gente inocente, imaginando que estaban ‘rindiendo servicio sagrado a Dios’. (Juan 16:2.)

Los métodos de Torquemada ilustran bien las trágicas consecuencias de un celo endurecido por la intolerancia, en vez de atemperado por el amor y el conocimiento exacto. El suyo no fue el modo cristiano de conseguir la unidad de la fe.

La Inquisición y la Biblia

Los inquisidores impidieron durante siglos que los españoles leyeran la Biblia en su idioma. Consideraban herética la mera posesión de una Biblia en el idioma vernáculo. En 1557 la Inquisición proscribió oficialmente la Biblia en cualquiera de las lenguas vernáculas de España. Se quemaron innumerables Biblias.

No fue sino hasta 1791 que, por fin, se imprimió una Biblia católica en español, basada en la Vulgata Latina. La primera traducción completa de la Biblia de sus idiomas originales al español realizada por la iglesia católica, la versión Nácar-Colunga, no llegó sino hasta 1944.

El alcance del poder de la Inquisición en este asunto era tal que incluso las Biblias manuscritas en romance (español primitivo) de la biblioteca personal del rey, en El Escorial, eran revisadas por el inquisidor general. Aún se puede ver la advertencia “prohibida” en la primera página de algunas de esas obras.

Es posible que el que la Biblia haya estado proscrita por tantos siglos en España haya contribuido al interés actual de los españoles en las Sagradas Escrituras. Muchos tienen ahora una Biblia en casa y demuestran un deseo sincero de conocer lo que esta en realidad enseña.

La verdadera cara de la Inquisición

La Inquisición fomentó inevitablemente la avaricia y la sospecha. El papa Sixto IV se quejó de que los inquisidores estaban demostrando más deseo por el oro que celo por la religión. Cualquier persona pudiente estaba en peligro de ser denunciada, y aunque podía ser “reconciliada con la Iglesia” durante el proceso inquisitorial, de todos modos se le confiscaban sus bienes.

A otros se les juzgaba después de muertos, y se dejaba en la miseria a sus herederos, algunas veces sobre la base de informadores anónimos que recibían un porcentaje de las riquezas incautadas. La amplia utilización de espías e informadores produjo un clima de temor y sospecha. Con frecuencia se invocaba a la tortura para obtener los nombres de otros “herejes”, lo que resultó en el arresto de muchas personas inocentes sobre la base de evidencia insustancial.

Las fuertes sospechas antisemíticas condujeron a otros abusos. Por ejemplo: Elvira del Campo, de Toledo, fue acusada en 1568 por no comer carne de cerdo y por haberse puesto ropa limpia en sábado, lo que se consideraba prueba de la práctica secreta del judaísmo. Torturada sin piedad en el potro, imploró: “Señores, ¿por qué no me decís lo que queréis que diga?”. En la segunda sesión de tortura tuvo que confesar que su repugnancia por la carne de cerdo no era un producto de la fragilidad de su estómago, sino un rito judío.

No se ganó ni el corazón ni la mente

Se oyeron valientes voces de protesta, incluso durante el período de máximo poder de la Inquisición. Elio Antonio de Nebrija, uno de los principales eruditos de su día, fue denunciado a la Inquisición por su deseo de mejorar el texto de la Biblia Vulgata Latina. Nebrija protestó: “¿He de decir a la fuerza que no sé lo que sé? ¿Qué esclavitud o qué poder es este tan despótico?”. Luis Vives, otro erudito cuya entera familia fue aniquilada por la Inquisición, escribió: “Vivimos en tiempos difíciles en los que no podemos ni hablar ni callar sin peligro”.

A principios del siglo XIX, el escritor y político español Antonio Puigblanch abogó por la abolición de la Inquisición. Este era su argumento: “Siendo la Inquisición un tribunal eclesiástico, su rigor es incompatible con el espíritu de mansedumbre que debe distinguir a los ministros del Evangelio”. Incluso en la actualidad muchos católicos sinceros están tratando de explicarse el papel que desempeñó la Iglesia en la Inquisición.

De modo que es propio preguntarse: ¿Se ganó en realidad el corazón y la mente de la gente con estos métodos? Un historiador observa: “La Inquisición, mientras que forzaba la conformidad al dogma y la observancia externa, no logró inspirar un respeto genuino a la religión”.

Por ejemplo: Julián, un joven que estudiaba para ser sacerdote, recibió una sacudida cuando leyó por primera vez el papel que desempeñó la Iglesia en la Inquisición. Su maestro le dijo que, como Dios había concebido el infierno para atormentar eternamente a los inicuos, la Iglesia podía usar el tormento cuando lo juzgara necesario. Pero esa respuesta no le ayudó a disipar sus dudas, y abandonó el seminario. De manera similar, Julio, un joven abogado español que ya tenía ciertas dudas en cuanto al catolicismo, después de leer mucho sobre el tema de la Inquisición, llegó a la convicción de que la Iglesia no podía ser verdaderamente cristiana.

Cuando las amenazas, los encarcelamientos, la tortura e incluso la muerte se emplean para conseguir fines políticos y religiosos, acaban siendo contraproducentes. La Iglesia española, manchada por su historia de represión, aún está cosechando las consecuencias de haber sembrado la violencia, el odio y la sospecha.

El fin, ¿justifica los medios?

El concepto de “unidad religiosa a cualquier precio” es peligroso. El celo religioso puede convertirse fácilmente en fanatismo. Esta tragedia se puede evitar por medio de adherirse fielmente a los principios bíblicos. El ejemplo de los cristianos del primer siglo prueba que esto es así.

Con respecto a los métodos que usaron los cristianos primitivos para mantener la armonía doctrinal, The New Encyclopædia Britannica explica: “Durante los primeros tres siglos de cristianismo, las penas contra los herejes eran exclusivamente espirituales, por lo general, la excomunión”. Este procedimiento estaba en armonía con las instrucciones de las Escrituras: “Huye del hombre hereje, después de haberle corregido una y dos veces”. (Tito 3:10, Torres Amat.)

El guerrear cristiano... para ganar la mente de otras personas

La Biblia habla de la predicación de las buenas nuevas como un guerrear espiritual. La meta es poner “bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo”. La unidad duradera se conseguiría por medio de armas, pero no armas de tortura. Serían, más bien, espirituales, “poderosas por Dios”, que se usarían siempre “junto con genio apacible y profundo respeto”. (2 Corintios 10:3-5; 1 Pedro 3:15.)

Felizmente, podemos esperar el día en que ya no exista persecución religiosa. La promesa de Dios es que pronto vendrá un tiempo en el que “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina”. Se conseguirá verdadera unidad religiosa, y toda la “tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar”. (Isaías 11:9; Revelación 21:1-4.)

[Nota]

Ciertos “santos” católicos prominentes se habían pronunciado a favor de la ejecución de los herejes. Agustín afirmó que “es necesario recurrir a la fuerza cuando no es escuchada la razón de las palabras”. Por su parte, Tomás de Aquino declaró que “la herejía [...] es un delito que merece, no solo la excomunión, sino hasta la muerte”.

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¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?


SE ACUSÓ a Jesucristo de ser borracho, glotón, violador del sábado, falso testigo, blasfemo y mensajero de Satanás. También se le inculpó de subversión. (Mateo 9:34; 11:19; 12:24; 26:65; Juan 8:13; 9:16; 19:12.)

Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos fueron de igual modo el blanco de graves acusaciones. Una muchedumbre arrastró a un grupo de cristianos del siglo primero ante los gobernantes de la ciudad, clamando: ‘Estos hombres han trastornado la tierra habitada’. (Hechos 17:6.) En otra ocasión, se llevó al apóstol Pablo y a su compañero Silas ante las autoridades y se les acusó de turbar muchísimo la ciudad de Filipos. (Hechos 16:20.)

Más tarde se acusó a Pablo de ser “un individuo pestilente [...] que promueve sediciones entre todos los judíos por toda la tierra habitada”, así como de querer “profanar el templo”. (Hechos 24:5, 6.) Los judíos principales de Roma reflejaron con exactitud la situación de los seguidores de Jesús cuando reconocieron: “Porque, verdaderamente, en lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella”. (Hechos 28:22.)

Está claro, pues, que había quien consideraba a esa nueva comunidad fundada por Jesús como una agrupación religiosa con ideas y prácticas radicales que chocaban con el comportamiento social aceptado entonces. Sin duda, muchas personas de hoy hubieran considerado a los cristianos una secta destructiva. Los opositores eran con frecuencia miembros eminentes y respetados de la sociedad, lo que daba más peso a sus acusaciones. Muchos creyeron las acusaciones lanzadas contra Jesús y sus discípulos. No obstante, como probablemente sepa, cada uno de esos cargos era falso. El hecho de que la gente dijera esas cosas no las hacía verdaderas.

¿Y hoy día? ¿Sería exacto referirse a los testigos de Jehová como una agrupación religiosa con ideas y prácticas que chocan con la conducta social aceptada? ¿Son los testigos de Jehová una secta peligrosa?